El juicio donde el juez ya no juzga desde fuera, sino que se sitúa en medio de la historia, sufriendo sus mismos dolores para, de esta forma, presentarse al final como abogado y como salvador del género humano.
En el contexto, los hambrientos, los desterrados-refugiados, sedientos, desnudos, enfermos y cautivos eran los hermanos de Jesús y ahora son sus compañeros en el juicio de forma que, asumidos por Jesús, juzgan los acontecimientos de la historia.
El juicio evangélico rompe con todos los esquemas judiciales de nuestra sociedad. Un juicio en el que la sentencia viene determinada por el escenario en el que se desarrolla. La experiencia de cautividad, de opresión, de falta de libertad, la pobreza, el hambre, la esclavitud… En este sentido, la relación con el otro, de forma especial con los más desfavorecidos, es el tema central del juicio.
De ahí que la presencia decisiva de Dios en Jesucristo refleja el triunfo de estos más necesitados y de los que les sirvieron y ayudaron. La imagen no puede ser más sugerente. Jesús aparece como el hermano mayor que se hace pequeño por medio de su encarnación en el dolor de los sufrientes.