Celebramos hoy la fiesta de Pentecostés, fiesta de la efusión del Espíritu Santo y fiesta de la institución de la Iglesia.

Terminamos el tiempo de Pascua para comenzar con el Tiempo Ordinario.

Pero durante estos domingos la Iglesia ha querido hacer como una catequesis:

la semana pasada celebrábamos la fiesta de la Ascensión de Jesús, en la que veíamos cómo Jesús volvía al Padre.

Hoy celebramos que Dios continúa presente en el mundo a través de su Espíritu Santo.

El próximo domingo celebraremos la fiesta de la Santísima Trinidad, con la cual recordaremos que nuestro Dios sigue actuando en el mundo y que permanecerá para siempre junto a nosotros.

Y al siguiente domingo, confirmaremos esta realidad con la fiesta del Corpus Christi; ya que es en la eucaristía el mejor lugar para encontrarnos con la presencia de Dios.

En los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11), escrito por san Lucas, leemos como esta efusión del Espíritu Santo hace de la fe y del mensaje de Jesús un mensaje universal, que todos son capaces de entender. Aunque hay personas venidas de muchos sitios y cada uno habla en su idioma, todos son capaces de entender el mensaje.

Y el mensaje es entendible, por que el mensaje de Jesucristo es un mensaje de amor, y el amor no entiende de idiomas.

Todos son capaces de entender que Jesucristo murió en la cruz por cada uno de ellos, que nuestro Dios nos ama tanto que es capaz de entregar a su propio Hijo por nuestra salvación, que nuestro Dios no se cansa de perdonarnos, que el amor actúa y se hace patente en las obras de misericordia.

Por eso, cuando amamos estamos transmitiendo el mensaje de Jesús al mundo. Decía san Agustín: ama y haz lo que quieras.

Por que si somos capaces de amar cómo lo hacía Jesús, entonces comprenderemos cual es nuestra misión.

Y para eso, debemos dejar que el Espíritu entre en nuestro corazón.

El Espíritu quiere entrar en nuestra vida, pero como Dios nos ha hecho libres, primero nos pide permiso para entrar en nosotros.

San Pablo en su Carta a los Corintios (12, 3b-7. 12-13) nos dice que: el Señor tiene un proyecto para cada uno de nosotros, el Señor cuando nos creó, nos creó para algo concreto, para un carisma y con unos dones para ponerlos al servicio de los demás y para poder realizar el proyecto que Dios soñaba para cada uno de nosotros.

Pero como sabemos, el Señor no impone, el Señor nos propone y nosotros desde la libertad podemos decirle sí o decirle no.

El Evangelio de san Juan (20, 19-23) nos narra cómo Jesús al presentarse a sus discípulos vuelve a saludarlos con el mismo mensaje que en anteriores veces: «paz a vosotros».

Porque Jesús, siempre viene a nuestras vidas, a traernos la paz, una paz interior que surge del encuentro con el Señor resucitado. Por eso cuando venimos a la Iglesia, encontramos esa paz que tanto necesitamos en nuestro día a día.

Hoy nosotros, como los discípulos, también nos alegramos de poder ver al Señor cara a cara en la Eucaristía, presente en el pan consagrado.

Y con esta alegría y con esta paz, el Señor nos envía también al mundo para que transmitamos este mensaje a todo aquel que nos rodea.

Le pedimos hoy al Espíritu Santo que nos llene de sus dones, nos ayude a reconocer nuestros carismas y así poder ponerlos al servicio de los demás.

 

Fray Cristian Peña Molina, O. de M.