Se dice que Joseph Fouché, el ministro de policía de Napoleón, ante cualquier caso que se le presentaba, daba la misma orden a los investigadores: «Cherchez la femme!», «¡Buscad a la mujer!». Estaba efectivamente convencido de que detrás de cualquier acción había una mujer como inspiradora o como cómplice. Sirva esta anécdota para introducir esta breve glosa que quisiera dedicar a la Virgen de la Merced, patrona de la ciudad, de la archidiócesis y de la provincia eclesiástica de Barcelona, cuya fiesta celebraremos el próximo viernes 24 de septiembre.
Se dice también que detrás de un gran hombre hay generalmente una gran mujer. El caso paradigmático, en el ámbito cristiano, es el de santa Clara de Asís, la discípula de san Francisco y fundadora de la «segunda orden» franciscana o de las «Damas pobres», las Clarisas. En la familia mercedaria hay también una gran inspiradora femenina: santa María de Cervelló, cuya fiesta litúrgica se celebra cada año en torno a la fiesta de la Merced; en el calendario mercedario es el 19 de septiembre.
María de Cervelló nació en la calle de Montcada de Barcelona y fue bautizada en la parroquia -hoy basílica- de Santa María del Mar. A la muerte de su padre, Guillermo, y después de haber vendido el palacio de la familia, se trasladó con su madre, María, a una modesta casa de la calle Ample, cerca de la iglesia de la Merced, el santuario originario de los Padres Mercedarios, con la intención de vivir como laicas cristianas, de acuerdo con las disposiciones de la Iglesia en aquellos momentos.
María de Cervelló fue, desde sus inicios, testigo del nacimiento en nuestra ciudad de la obra mercedaria. Sin embargo, solo hasta el capítulo general de Tarragona del 1260, a petición de la santa, se concedió la institución de la rama femenina de la orden de la Merced. En 1261 nació el primer monasterio de monjas mercedarias y en 1265 se constituyeron como religiosas con la emisión de los votos.
Aquellas primeras mercedarias ya practicaban, con su compromiso cristiano, un verdadero servicio social. Ayudaban a los pobres y a los esclavos cristianos salvados por los mercedarios que llegaban al puerto de Barcelona. Su testimonio cristiano se extendió ya durante su vida, hasta el punto de que el pueblo la llamaba Maria dels Socors o del Socós, invocada de manera especial por los marineros y trabajadores del mar.
Se llamaban mercedarias, un nombre que viene de «merced». La lengua es testigo a menudo de una gran sabiduría. El término «merced» significa don, y quien recibe el don, si es persona como es debido, lo agradece. Así, ¡merced! o ¡muchas mercedes!, en desuso actualmente, era una expresión de agradecimiento, equivalente a ¡gracias! Otras expresiones han perdurado, como merced a en el sentido de gracias a. En catalán antiguo, encontramos este término en un precioso pasaje en el que un ciego pide la curación a Jesús. «Jesús, fill de David, mercè hages de mi» («Jesús, hijo de David, ten piedad de mi») (Lc 18,38). Y todavía hoy se utiliza mercès como sinónimo de gracias.
Queridos hermanos y hermanas, que la intercesión de la primera mercedaria, cuyo sepulcro se conserva en la basílica de la Merced, nos obtenga de Santa María la oportunidad de ir haciendo, entre todos, una ciudad cada vez más justa, más humana y más fraterna.
¡Virgen de la Merced, ten piedad de nosotros!
19 de septiembre de 2021
† Card. Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona