Siete palabras que cambiaran

tu vida y el mundo

Durante la Cuaresma hemos podido meditar acerca del «Sermón de las Siete Palabras», más bien, siete frases que Jesús pronuncia antes de morir en la Cruz; o sobre los «Siete Dolores de la Virgen María», que repasan siete momentos de dolor vividos por la Virgen María. Palabras y momentos que encontramos en la Sagrada Escritura.

Ahora, en este tiempo de Pascua, en el que celebramos la resurrección de Jesús y, teniendo en cuenta ese número tan «mágico» como es el siete, nos fijaremos en una frase también con siete palabras: «aquí estoy, Señor; Tú me has llamado».

Digo que el siete es «mágico» por los grandes significados que en la numerología bíblica se le da. El siete hace referencia a lo perfecto, a lo eterno, a lo divino… Siete fueron los días de la creación, setenta veces siete son las que tenemos que perdonar, son siete los sacramentos en la Iglesia, siete las Iglesias en el Apocalipsis…

Pero, hoy, no vamos a hablar de números mágicos, sino que nos fijaremos en esas siete palabras que el novicio el día de la Primera Profesión Religiosa y ante la asamblea responde, cuando es llamado por su nombre. Al igual que lo hace Dios, que a cada uno nos llama por nuestro nombre. Y desde el corazón responde: «aquí estoy, Señor; Tú me has llamado».

Estas siete palabras son la respuesta pública, que el joven hace, a la llamada de Dios. Es su ¡sí! gozoso. Su sí, a entregar su vida por la causa de Dios, a vivir alegremente dispuesto a dar su vida, como Cristo la dio, a consagrar su vida para los demás en la Orden de la Merced.

Siete palabras que, al ser pronunciadas, encierran y representan, por sí mismas, la gran historia de amor del Novicio con Dios. Representan el gran ¡sí! a realizar los planes que Dios tiene pensados para él.

Son el mejor resumen que el joven llamado puede responder a Dios.

Y estas palabras, tan breves, pero llenas de significado, las encontramos a lo largo de toda la Sagrada Escritura. En Ella descubrimos cómo los diferentes personajes han expresado su plena disposición a Dios.

Como hemos dicho, es el Señor el que llama: «No me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os elegí a vosotros» (Juan 15, 16). Por eso debemos estar con el oído bien abierto, o lo que es lo mismo, debemos tener una vida de oración y de intimidad con Dios para ser capaces de escuchar esa llamada que Dios nos hace a cada uno de nosotros a colaborar con Él. Sólo en la relación personal con Dios seremos capaces de escuchar lo que Dios nos quiere decir a cada uno de nosotros. Y sólo en esa relación íntima con Dios seremos capaces de responder, desde la libertad que nos da, el saber que Dios es un Padre Bueno, que nos envuelve y atrapa «con cuerdas de amor» (Oseas 11, 4).

Y es que, quien se deja atrapar por Dios, quien se deja cautivar por Él, siente la necesidad de transmitir y comunicar a los demás esa gran alegría; entregando y ofreciendo su propia vida por el Reino de Dios.

Será Abrahán el primer testimonio que encontramos de ese «aquí estoy». Un sí que le llevó a entregarse por completo al Señor, hasta ser capaz de sacrificar a su propio hijo.

Podríamos hablar de Moisés, que no tiene miedo de acercarse a la zarza ardiente para encontrarse con el Señor.

O del pequeño Samuel, un niño que por tres veces es llamado y que necesita la ayuda de su maestro para reconocer que el que lo llama es el Señor. Y para, en la tercera vez, responder: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1Samuel 3). Y no nos podemos olvidar, antes de dejar el Antiguo Testamento, del profeta Isaías, el gran anunciador del nacimiento del Mesías.

Y podríamos seguir citando más ejemplos, pero vamos a dar un salto y vamos a fijarnos ahora en el gran ¡sí! que marcó un antes y un después en nuestra fe: me refiero al pronunciado por María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1, 38). Ese sí, que abrió las puertas a la venida del Mesías entre nosotros, por el cual, todas las promesas del Señor se iban a cumplir.

Y a partir de ese sí de María, siguieron el sí de los apóstoles, que «dejándolo todo le siguieron» (Lucas 5, 11) y de tantos otros, que han dicho sí a la llamada de Dios, a difundir la buena noticia de la salvación hasta los confines del mundo.

Hoy, te invito, a que escuches cómo el Señor está llamando a tu puerta. Busca ese momento y lugar de silencio y de encuentro personal con el Señor y escucha la invitación que Dios te hace.

Dios hoy te está llamando personalmente para que tú pronuncies tu propio «aquí estoy».

Y lo hace desde la libertad, pues Él sólo quiere que seas feliz, y quizá quiere que formes parte de ese gran grupo que un día dijeron ¡sí! a sus planes.

Igual necesitas ayuda como Samuel, para reconocer que eso que sientes viene de Dios. Si es así, comparte tus inquietudes con un sacerdote. También él, un día, sintió eso que sientes en tu corazón y no sabes qué es. Eso que no sabes ponerle nombre porque sobrepasa tu razón. Porque Dios nos llama al corazón y no desde la razón. Es nuestra razón la que nos tiene que llevar a decir desde lo más íntimo de nosotros «Aquí estoy, Señor; Tú me has llamado».

Fray Cristian Peña Molina,

Religioso Mercedario y Delegado Provincial de Vocaciones.