A sus 12 años, en una toma vocacional, fue invitado al Seminario Menor de la Diócesis de San Cristóbal. Sin pensarlo dos veces, decidió embarcarse para luchar por ese llamado de Dios.
Pero no fue ahí donde se inició su vocación religiosa. Debido a su corta edad, y a estar lejos de la familia, en un ambiente donde se les permitía llamar a casa una vez por semana, se frustraron muchísimo sus planes, tanto que se dijo a sí mismo: «esto no es de Dios». Y se retiró.
Como un chico común y corriente empezó a estudiar en el colegio privado Fermín Toro, dejando de lado un poco la Iglesia como institución.
Estando en ese proceso de colegio, en Rubio, Estado Táchira, inició, como muchos adolescentes, a experimentar el ambiente de calle.
Tuvo novias y disfrutó de las tradicionales fiestas de 15 años, propias de la edad y de la cultura colombo-venezolana.
Fue en esos años en los que Fray Andrés Jaimes Carrillo pudo ser testigo de cómo la violencia y el contrabando azotaban a su pueblo, Junín.
Vio cómo el terror se apoderaba de su población a manos de los «paracos» (paramilitares) y grupos de delincuencia común denominados ‘los rastrojos’ o «las águilas negras».
«Pensé que estar en la calle hasta horas de la madrugada no era vida ¡Y una vez más sentí la necesidad de buscar a Dios!», explica el religioso mercedario quien aún se encuentra en proceso de formación en el Seminario San Pedro Nolasco de Mixco, Guatemala.
Fray Andrés Jaimes Carrillo inicia en su vocación mercedaria