Expresado así este relato de mi vida pareciera que todo ha ido sobre ruedas, que no hayan existido dudas, sinsabores, momentos oscuros, dificultades, tropiezos, errores…y no es verdad. Como muy bien sabemos no todo es blanco o negro, sino que hay gran variedad de matices.
Teniendo eso presente, sí puedo decir que en mi vida ha habido y sigue habiendo muchos más momentos buenos que malos. Cierto es que a veces cuesta aceptar la obediencia, y el «¡aquí estoy; envíame!» se hace difícil de decir, pero al final me doy cuenta de que también en mí se hace realidad lo rezado en el salmo: «Al ir iba llorando llevando la semilla, y al volver vuelve cantando trayendo las gavillas» (Salmo 125,6), pues siempre es más lo que recibo que lo que doy.
La cantimplora, de la que hablaba mi maestro de novicios, P. Primo Abella, he procurado irla llenando con la eucaristía diaria, la oración personal y comunitaria, la oración ante el Santísimo, la devoción a Cristo Redentor, a María de la Merced y a San Pedro Nolasco. Busco y encuentro apoyo en la comunidad, en el apostolado, en la familia… todo eso lo siento como «lazos de ternura, cuerdas de amor, con los que el Señor me sigue atrayendo junto a sí».
Y sigo diciéndole: Aquí estoy, Señor.