El Papa Francisco a los miembros del Capítulo General de la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced
Texto íntegro del discurso del Papa
Queridos hermanos:
Agradezco las palabras que el Padre Maestro General me ha dirigido en nombre de todos, y me alegro de poder recibirlos aquí con ocasión del capítulo general de la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced. El lema de la asamblea, en plena consonancia con el origen mariano de su vocación, es el versículo del Evangelio de san Juan: «¡Hagan lo que Él les diga!» (2,5). Es una elección significativa pues supone plantearse el proyecto que se disponen a poner en marcha desde la óptica del servicio. Y es que los religiosos no podemos olvidar nunca, que no hay seguimiento sin servicio ni servicio sin cruz (cf. Jn 12,26).
De ese modo, la primera solicitud que la Virgen les hace hoy, como miembros del capítulo general, es ponerse a la escucha. La situación actual podría compararse con la que se presenta en el evangelio de las bodas de Caná: «no les queda vino». Muchas realidades que podemos ver hoy en el mundo, en la Iglesia, en la Orden nos hablan de esa carencia, de la falta de esperanza, de motivación, de soluciones. Ante ello, la Virgen les interpela: ¡pónganse a la escucha! Pero, ¿qué debemos escuchar?, ¿las voces que nos hablan de todo lo negativo?, ¿las que nos venden soluciones fáciles, programas alambicados llenos de erudición, o tal vez, las que nos proponen salidas de compromiso?
Creo que María les dice hoy otra cosa, les pide que sea Jesús quien interpele su corazón de una forma nueva, original, inesperada. Tal vez los siervos de Caná se reunieron también en capítulo y pensaron qué podían hacer. Probablemente hubo voces que plantearon los problemas, otras que aportaron soluciones factibles, aunque arriesgadas, y quizás otras que recomendaron despedir a los invitados de forma honesta, reconociendo la propia incapacidad para afrontar la situación. Es posible que ustedes hayan recorrido ya ese camino, en todo el itinerario que les ha llevado hasta aquí.
Pero Jesús no responde a estos cuestionamientos, propone algo que seguramente a ningún siervo se le hubiese pasado por la cabeza, llenar las tinajas de la purificación, y además llenarlas de agua. Antes incluso de entrar en el sentido de ese gesto, lo que me parece interesante y propongo a su consideración es que Jesús no les dice lo que ellos esperan, sino precisamente algo que jamás habrían imaginado oír. Al capítulo no se va a acertar, se va a escuchar con sencillez, con gratitud, con abandono. En primer lugar, escuchar a Dios, por más que pueda hablarnos por medio del hermano o de las circunstancias.
Por otro lado, las tinajas de la purificación, que seguramente sirvieron al inicio del banquete, nos llaman a volver al primer amor, a la fuente, a recobrar la actitud inocente y esperanzada de nuestros primeros años de vida consagrada. Nos piden también que tengamos los ojos limpios de quien ve la necesidad, y no el fruto que espera obtener por el esfuerzo realizado. Las tinajas que se vaciaron deben volver a llenarse con la misma ilusión con las que se llenaron antes de comenzar el banquete. Si se fijan, es un trabajo que hay que hacer, pero que no acometemos porque creemos que ya no tiene sentido. El Señor nos pide eso: “vuelvan a empezar, cada día, en cada proyecto, no se cansen, no se desanimen”.
Es algo que Jesús repite en su Evangelio, cuando pide a Pedro que tire de nuevo las redes, y este le responde: «¡Señor, no pudimos sacar nada a pesar de que nos cansamos toda la noche!» (Lc 5,5). La realidad a la que nos referíamos antes nos puede parecer una larga noche, y nuestro trabajo un cansarse sin sentido, si este no se percibe como respuesta generosa al llamado de Jesús, uniéndonos a la Iglesia en la obra de la evangelización, y viendo cómo, a pesar de todo, la red no se rompe (cf. Jn 21,3).
Abramos nuestro corazón para acoger la sorpresa que Jesús nos trae. Juan afirma en su evangelio que esta verdad no la conoce el maestro de la sala, admirado de que a este punto del banquete se saque el vino bueno, sólo la pueden conocer «los que estaban sirviendo». Por eso, escuchen a María, no teman dejarse sorprender por esa voz que les llama a volver a llenar las tinajas, a desgastarse en el servicio concreto y sencillo, inútil en los planes del maestro de sala, pero fundamental para reconocer una obra que no es nuestra sino de Dios. Y en todo ello saber “estar”, como Ella, junto a Cristo al pie de la cruz, en la carne sufriente del pobre y del cautivo que Él hizo suya. Muchas gracias.
Sábado 7 de mayo. Audiencia privada.